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“La educación puede ser vía de cambio, camino de libertad para excluidos y oprimidos, herramienta, por tanto, de liberación…” con estas palabras Freire nos permite reflexionar en torno a esta premisa, poniendo en claro que carecer de libertad no sólo se limita a estar prisionero, puesto que en muchos contextos la libertad es mal entendida o simplemente no existe.
Claudia, quien vivía en un barrio donde imperaba la violencia, aprendió a defenderse, y junto a su grupo de amigas se protegían de todo y todos. Por esta razón había desarrollado una actitud siempre a la defensiva, respondiendo con gritos o golpes.
Cuando en clase hicimos la primera Tertulia Literaria, ella seleccionó un párrafo, lo leyó y cuando llegó el turno de compartir por qué había seleccionado aquella historia, respondió como era su costumbre, con un gesto de fastidio… yo insistí ignorando la actitud. Claudia ¿Por qué escogiste ese párrafo? ¿Qué te gustó o disgustó de ello? Mi intención al insistir era conocerla más, saber que pensaba, pues quería entender que pasaba por su mente adolescente. Pero ella, más calmada comentó: ¡Sé que me gusta ese párrafo, pero no puedo explicar por qué! No hay problema, le respondí para no presionarla, pero no puedo negar que esa respuesta quedó dando vueltas en mi cabeza. “No puedo”. Acaso era verdad que no podía… no podía explicar lo que estaba pensando, o ¿No tenía las palabras para explicarlo? Dentro de mi lógica me quedaba claro que tenía cosas que decir, historias que contar, sentimientos que expresar, pero algo se lo impedía.
Esa noche me dejó con muchas interrogantes que quería resolver, pensaba ¿Cuántas veces se habría frustrado por no poder explicar su punto de vista, cuántas veces habría querido contar algo, cargándose de una emoción y terminar explotando en gritos o peleas? Las siguientes sesiones intenté prestarle más atención, observarla más sus intervenciones sin ser muy obvia. En las posteriores tertulias solo escuchaba, y no volví a presionarla para que comenzara a sentirse libre y en confianza.
En una de esas ocasiones leyendo a Don Quijote de la Mancha, sus compañeros comenzaron a compartir sobre la mentira que Sancho Panza le dijo a Don Quijote y las intervenciones comenzaron a girar en torno a la mentira… En medio de todas las argumentaciones ella levantó la cabeza y al percatarme de ese movimiento inusual, le pregunté ¿Quieres compartir algo Claudia? De pronto nos contó cómo los chismes eran grandes mentiras y que nadie tenía el derecho de hablar de otros, debo confesar que no me llamó la atención su argumento, en cambio verla levantar la mirada, hablar con claridad, voz firme y no para pelear, sino para explicar su punto de vista, y descubrir en su mirada el sentido que había encontrado en ese párrafo, que lo transmitía con ese brillo en la mirada.
Al otro lado de la ciudad, la señora Gladis tiene 60 años, cuatro hijos y en las noches asiste a clases en un CEBA (Escuela de adultos), ella está aprendiendo a leer y escribir.
Hace unas semanas pude acompañar a la profesora Rosario en su tertulia, estaban leyendo Hansel y Gretell, un cuento que he tenido la oportunidad de leer, escuchar y ver gracias a mi hija, pero nunca lo había escuchado tan cercano y actual desde la voz de sus personajes.
La profesora Rosario primero hace la lectura con sus alumnas pues aún están aprendiendo a leer y luego escogen su párrafo. Gladys seleccionó aquel donde se quedan perdidos en el bosque y no pueden regresar… allí empezó su historia, ella nos contó que de niña vivía en la sierra del Perú y que un día se había quedado ayudando a su hermana en una pequeña casa en el lugar donde pastan los animales, su hermana le dijo ya me voy a casa, tú quédate aquí… Gladys comenzó a recordar el temor que sentía, de quedarse sola en un lugar oscuro y frío, y siendo ya adulta, reconoce el dolor que le causó lo que su hermana le hizo. Nos contó cómo se armó de valor, y regresó a casa muy avanzada la noche. Gladys, había logrado la atención de su grupo, sin que nadie se atreviera a decir nada, solo algunas de sus compañeras le tomaron la mano cuando se le quebraba la voz o se limpiaba sus lágrimas.
Al finalizar, la profesora la calmó y reconoció su valor al contar su historia, la Sra. Gladis sonrió y nos explicó como ya había olvidado esa historia que la lectura volvía a traer a su memoria.
Yo, que estaba como una simple espectadora, no dije nada. Pero estoy segura que la lectura dejó de tener el significado que le había dado hasta ese momento, nunca ese cuento sería lo mismo ni para el grupo, ni para la profesora Rosario, ni para mí.
Tal vez no se encuentre con claridad una relación explícita entre Claudia y Gladys, pero ambas experiencias me han llevado a reflexionar sobre el poder de la interacción y la importancia de compartir nuestras historias, siendo un medio de aprendizaje y transformación.
En estas historias ocurrieron dos cosas importantes; las protagonistas experimentaron la libertad que da el ser capaz de hablar de uno mismo, sin juicios, sin temores, a través de un texto. Y la transformación, no sólo de ellas sino de todos los que estábamos presentes, pues todos aprendimos, valoramos y ampliamos nuestra visión del mundo desde la mirada de Claudia y Gladys.